La economia china se acerca a un escenario complejo y con un impacto global
Las últimas noticias económicas procedentes de China dejan la misma sensación que dejo el desplome de la burbuja inmobiliaria japonesa entre 1991 y 1992. ¿Continuará esta sensación de déjà vu con una China dirigiéndose aparentemente por el mismo camino de deflación y estancamiento en el que se embarcó Japón hace tres décadas?
A principios de este mes, Evergrande –el enorme promotor inmobiliario chino que incumplió el pago de su deuda en 2021– se acogió al Capítulo 15 de protección por quiebra en Estados Unidos con la esperanza de reestructurar sus deudas denominadas en dólares. Y ahora el promotor inmobiliario Country Garden ha dejado de pagar 22,5 millones de dólares en bonos vendidos en el extranjero y ha suspendido la cotización de 11 bonos nacionales, lo que aumenta la posibilidad de un impago o default.
No se trata de incidentes aislados. El sector inmobiliario chino –durante mucho tiempo uno de los principales motores del crecimiento del PIB– se tambalea bajo el peso de la caída de los precios, un enorme y creciente inventario de viviendas y edificios de oficinas sin vender y promotores muy endeudados. El colapso de la burbuja inmobiliaria parece cada día más probable.
Las implicaciones para el crecimiento chino podrían ser nefastas. El crecimiento anual del PIB japonés fue de entre 4 y 5 por ciento desde mediados de los años setenta hasta los ochenta. Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, esa tasa se hundió oscilando entre el 0 y el 2 por ciento. Y hasta el día de hoy, la economía japonesa no ha logrado recuperar el dinamismo anterior al estallido de la burbuja.
Múltiples sombras
China ya está experimentando una fuerte ralentización del crecimiento. Aunque es perfectamente normal que una economía de mercado emergente de rápido crecimiento se ralentice a medida que aumenta la renta per cápita, la magnitud de la desaceleración de China en 2022 y 2023 es notable. En el segundo trimestre de este año, el PIB trimestral creció solo un 0,8 por ciento, frente al 2,2 por ciento del primer trimestre.
Sin duda, el crecimiento del segundo trimestre ascendió al 6,3 por ciento en términos interanuales, y el objetivo de crecimiento anual del Gobierno del 5 por ciento aún puede alcanzarse. No obstante, las perspectivas económicas de China parecen ensombrecerse rápidamente. La caída de la inflación –el índice de precios al consumo bajó el mes pasado un 0,3 por ciento interanual– ensombrece aún más las perspectivas, pues apunta a una posible deflación.
Si bien las dificultades de China pueden achacarse en parte a su demora en abandonar la política de ‘cero covid’, la ralentización de la inversión ha desempeñado un papel importante. Los inversores extranjeros de cartera se están retirando de los mercados de capitales chinos, y la inversión extranjera directa entrante está disminuyendo rápidamente.
Esto se debe en parte a la disociación entre Estados Unidos y China. Pero también es una reacción a la ley china contra el espionaje, en virtud de la cual se ha procesado a empresas extranjeras por actividades que son normales en cualquier otra parte del mundo. En virtud de esa ley, por ejemplo, fue detenido en marzo un empleado japonés del fabricante de medicamentos Astellas y aún no ha sido puesto en libertad. No es de extrañar que a las empresas extranjeras les resulte cada vez más difícil contratar empleados dispuestos a trabajar en China.
En el segundo trimestre de este año, el PIB trimestral creció solo un 0,8 por ciento, frente al 2,2 por ciento del primer trimestre
Un manejo que no ayuda
La manipulación y confusión de datos por parte de las autoridades chinas ofrece aún más razones para el pesimismo. El reciente anuncio de China de que dejaría de revelar las cifras de desempleo juvenil sugiere que el nivel de paro entre los jóvenes chinos es realmente terrible. Dado que incluso los datos oficiales muestran que la población china empezó a disminuir el año pasado, el creciente desempleo (y subempleo) sólo puede significar una cosa: la economía en su conjunto se está debilitando rápidamente.
El declive demográfico de China es también motivo de preocupación. Como puede atestiguar Japón, la disminución de la población en edad de trabajar genera fuertes presiones sociales y fiscales, entre las que destacan el aumento de los costes de las pensiones y la escasez de mano de obra en sectores de gran intensidad de mano de obra, como la asistencia médica y los cuidados de larga duración. Tras décadas de políticas de control de la fertilidad, China se enfrentará a una transición demográfica mucho más rápida que Japón. Y aunque en los últimos años ha ampliado la protección de la seguridad social, debe hacer mucho más para afrontar el reto demográfico que tiene ante sí.
Dos factores exclusivos de China afectarán al desarrollo de cualquier crisis económica. En primer lugar, dado que una gran parte de la inversión inmobiliaria se realiza a través de los llamados vehículos de financiación de los gobiernos locales, conocidos como LGFV (por su sigla en inglés), el rendimiento del sector tiene un impacto directo en los balances públicos. A finales del año pasado, la deuda de los LGFV ascendía a 7,8 billones de dólares, es decir, el 42 por ciento del PIB.
Por ello, si estalla una burbuja inmobiliaria, los gobiernos locales sufrirán graves problemas de endeudamiento, e incluso podrían incurrir en impago, lo que podría suponer un duro golpe para los inversores nacionales e internacionales. Para ayudar a mitigar los riesgos, el gobierno central ha autorizado a los gobiernos locales a emitir sus propios bonos, cuyos ingresos pueden utilizarse para reembolsar las deudas LGFV. Pero, aunque esto mejoraría la transparencia de los balances, en última instancia no es más que sustituir una forma de deuda por otra.
El segundo factor exclusivo de China es que sus cuatro mayores bancos son de propiedad estatal, por lo que el banco central y el Gobierno siempre pueden intervenir para aportar el capital necesario y evitar una crisis bancaria. Las repetidas inyecciones de capital podrían considerarse un signo de ‘riesgo moral’. Pero solo el 20 por ciento de los préstamos morosos en China son el resultado de fallos en la gestión del riesgo por parte de los bancos; el resto son préstamos dirigidos por el Gobierno o concedidos a empresas estatales en dificultades. Así que, en última instancia, cualquier rescate no es más que un caso en el que el Gobierno asume la responsabilidad de los préstamos que dirigió.
Si estalla la burbuja inmobiliaria, los bancos y el Gobierno de China deben evitar los errores que cometió Japón hace tres décadas. Para empezar, es esencial que la información sobre morosidad sea completa y puntual. Los bancos chinos no deben sucumbir a la tentación del evergreening y conceder nuevos préstamos a prestatarios ‘zombis’ insolventes para que parezcan sanos. Y cuando se necesiten inyecciones de capital, deben realizarse rápidamente.
Del mismo modo, el Gobierno chino debería tomar medidas para poner fin al evergreening de las empresas estatales e inmobiliarias, y asegurarse de que los bancos y las LGFV persiguen la reestructuración de la deuda, con el apoyo de inyecciones de capital si es necesario. También debería permitirse a los gobiernos locales aumentar los impuestos, de modo que puedan utilizar los ingresos adicionales para pagar sus deudas.
Si China no aborda los riesgos que se acumulan en su economía, será inevitable un periodo de estancamiento y deflación al estilo de Japón. Y esta vez sufrirá el mundo entero.
Fuente: TAKATOSHI ITO PROJECT SYNDICATE